"La ley de Heisenberg": Ida Vitale y su cartografía personal de lecturas, anécdotas y pensamientos

El principio de incertidumbre establece que no se puede saber con exactitud dónde está algo y que tan rápido se mueve al mismo tiempo. Ese principio –conocido por el nombre de su creador como La ley de Heisenberg– se parece a aquella ley universal y misteriosa que la poeta uruguaya Ida Vitale utiliza para describir el misterio que invade al lector frente a una marea de libros por descubrir. Dicho principio lector guió un recorrido que ya lleva casi 102 años de vida, que la consagró como un emblema de la Generación del 45 y la poesía esencialista y que sintetiza en este libro de título alusivo editado por Ampersand en su notable Colección Lectores.
Al igual que otros volúmenes de esta colección, asume una forma particular. Mientras que algunos autores se tomaron de un modo más literal el concepto de memorias lectoras (Daniel Link) y otros armaron sus propias reglas (Alan Pauls), en este caso la poeta, ganadora del Premio Cervantes 2018, reúne pequeños ensayos, lecturas críticas, disquisiciones sobre el lenguaje –jergas, sonoridades, palabras– entremezclados con recuerdos y anécdotas de infancia.
Se vuelve un deleite para el consumidor voraz de literatura –ya que va entrelazando con prestancia autores y citas diversas– y para el fiel seguidor de esta notable escritora que en noviembre cumplirá nada menos que 102 años.
Algunos de los autores que Vitale desmenuza son Borges, Nicanor Parra, Sara Gallardo, César Aira, Onetti, Armonía Somers, Flaubert y Samuel Becket. También narra en detalle un encuentro en Buenos Aires con el poeta argentino Edgard Bailey y destaca la trascendencia de su lectura del Quijote.
Se incluyen reflexiones sobre temas diversos: la crítica literaria, nuestra sociedad en su conjunto (“Toda reflexión sobre el destino de nuestra sociedad gira en torno a sus aniquilaciones”), la función social de la literatura y la dificultad del tiempo de ocio tanto para la creación como para la lectura.
En un interesante ensayo titulado “Los padecimientos de la imaginación” cita al poeta Auden para explicar, de un modo no exento de polémica, que un estadista no necesita imaginación al mismo nivel que sí la necesita una persona de la cultura. A estos, según Vitale, es menester exigirles un trabajo exigente en base a la imaginación.
Ida Vitale. Foto: Juano Tesone.
Su infancia gana peso en el libro al comienzo, cuando relata algunas lecturas clave (Alfonsina Storni, Virginia Woolf) y al final, donde narra cómo su biblioteca familiar la maravilló. Agrega el descubrimiento de la poesía de Mallarmé y la novela La montaña mágica de Thomas Mann. Escribe al respecto: “Sentí por primera vez la angustia de haber atisbado un mundo al cual seremos siempre ajenos y del cual tendremos eterna nostalgia”.
Sin dudas, lo más interesante a lo largo de esta antología de recuerdos y derivas son sus meditaciones en torno a la poesía, su combustible espiritual. Aunque, en un momento, aclara: “hablar de poesía me resulta siempre una situación inestable, tanto como quizás podría resultarle a un astrónomo hablar de uno de esos fenómenos de los que ellos se ocupan, cuya ubicación ha descubierto por un cálculo de difícil demostración. Yo, obviamente, al menos de acuerdo con esa ley que me he inventado, no fui precoz; solo tuve precoz la sensatez de la duda”.
Analiza la complejidad y los prejuicios sobre la poesía. Define al poema como “la interrupción noble de un silencio, la emergencia de un continuo que está dentro del poeta, coherencia interior que puede, o no, ser nítidamente evidente”.
Le dedica varios párrafos a indagar sobre el misterio, dimensión que le parece central tanto a la hora de la producción como la lectura y decodificación del poema. ¿La poesía se entiende? ¿Se siente? ¿Se interpreta? ¿Se percibe? Define al misterio como “un llamado a la participación del poeta en lo real y del lector en el poema”.
Amplía: “La actividad del poeta que acepta la existencia del misterio, que lo postula, es tan razonable como cualquier actividad noble del mundo que no se paraliza ante un desafío y que sabe que necesita llevarlo por delante”.
La lectura de este volumen –una pieza singular que transita entre la autobiografía lectora y el ensayo crítico– conmueve por la lucidez con que piensa también el presente de una autora que no detiene su ebullición más allá del paso del tiempo.
La Generación del 45 en ocasión de la visita de Juan Ramón Jiménez, el 15 de agosto de 1948. De izquierda a derecha, parados: María Zulema Silva Vila, Manuel Arturo Claps, Carlos Maggi, María Inés Silva Vila, Juan Ramón Jiménez, Idea Vilariño, Emir Rodríguez Monegal, Ángel Rama. Sentados: José Pedro Díaz, Amanda Berenguer, Zenobia Camprubí, Ida Vitale, Elda Lago, Manuel Flores Mora.
Así lo demuestra en “Poemas en busca de iniciados”, uno de los textos más bellos del libro, donde reflexiona sobre los lectores contemporáneos y advierte sobre el “tropiezo del lector impaciente”.
Allí enfatiza que uno debe sumergirse en un mar de misterio y asumir un acto de fe poética para acercarse al sentido del poema. Allí radica su triunfo y la certeza de que no podría haber elegido un título más certero que aquella ley de la mecánica cuántica. Parecería coincidir con una idea que suele mencionar otro poeta, Fabián Casas, acerca de que la poesía prefiere invitar al lector a situarse, más bien, en un estado de pregunta permanente.
La ley de Heisenberg, de Ida Vitale (Ampersand)
Clarin